domingo, 7 de diciembre de 2014

MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA





























Ya he comentado alguna vez que resulta muy complicado hacer un comentario sobre una película y que no resulte repetitivo dada la gran cantidad de opiniones que inundan las diferentes redes sociales. Por eso, apenas han pasado 48 horas desde el estreno de la última película de Woody Allen pero las ideas están muy claras. Para empezar hay que tener en cuenta lo que dijo Margarita Chapatte en cuanto a que cualquier película mala de Woody Allen es muy superior a la media de lo que nos encontramos a diario en la cartelera. Es verdad, como dice Harry Callahan que "Magia a la luz de la luna es solo un cuentecito que ideó Allen para pasar unas vacaciones en la Provenza, pero eso de que te sientes en la butaca y con el primer fotograma, aún más, con el primer acorde musical de la Banda Sonora, tengas la certeza absoluta de que estás viendo un trabajo de Woody Allen y te sumerjas en su universo, resulta sumamente placentero y reconfortante con independencia del nivel de satisfacción posterior.


La película tiene un arranque soberbio y hace presagiar que nos vamos a deleitar con otra obra maestra del genial autor neoyorquino, pero de repente, como si de un corredor de maratones se tratara, al director le da la clásica "pedrada", se para y termina la película andando para dejar cierto sabor agridulce que no impide que, como dice José Antonio Alarcón, salgas muy feliz del cine cuando se encienden las luces.


Colin Firth y Emma Stone están correctos en sus trabajos si bien se ven superados a nivel interpretativo por unos secundarios de lujo cuyos personajes piden a gritos mayor protagonismo, más y mejores diálogos, en definitiva, más minutos en pantalla. Pero la banda sonora, la fotografía, el planteamiento de la historia, el escenario donde se desarrolla y, como reseña Guillermo Navarro, el impresionante vestuario de la asturiana Sonia Grande, que bien pudiera ser reconocido con una nominación, hacen que merezca la pena el visionado de esta película.


Anton Sagarra sostiene una teoría que suscribo plenamente. Un partido amistoso de futbol entre España e Irán no merece la pena verlo ni aunque se dispute en horario de máxima audiencia; pero millones de aficionados nos levantaríamos a las cuatro de la madrugada para presenciar un España-Irán de la primera fase de un mundial. Pues bien; cualquier estreno de Woody Allen es como un partido oficial de la selección y como dirían mis hijas y la mayoría de chavales de su generación, "hay que verlo no, lo siguiente", que no sé muy bien lo que es pero me apetecía decirlo alguna vez.



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